miércoles, 29 de septiembre de 2010

A propósito de mis amores y mis batallas...

Dulce santa lady Ana...


He visto a la mañana en plena gloria 
los picos halagar con su mirada, 
besar con su oro las praderas verdes 
y dorar con su alquimia arroyos pálidos; 
y luego permitir el paso oscuro 
de fieros nubarrones por su rostro, 
y ocultarlo a la tierra abandonada 
huyendo hacia occidente sin ventura. 

Así brilló mi sol, un día, al alba, 
sobre mi frente, con triunfal belleza; 
una hora no más lo he poseído 
y hoy me lo esconden las aéreas nubes. 

No desdeñes mi amor Ana: si el sol del cielo 
se eclipsa, han de velarse los del mundo. 

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Virtuosa, bella y graciosa Isabel...

Déjame confesar que somos dos
aunque es indivisible el amor nuestro,
así las manchas que conmigo quedan
he de llevar yo solo sin tu ayuda.
No hay más que un sentimiento en nuestro amor
si bien un hado adverso nos separa,
que si el objeto del amor no altera,
dulces horas le roba a su delicia.

No podré desde hoy reconocerte
para que así mis faltas no te humillen,
ni podrá tu bondad honrarme en público
sin despojar la honra de tu nombre.
Mas no lo hagas, pues te quiero tanto Isabel
que si es mío tu amor, mía es tu fama.


Habéis de saber las dos que si viví, lo hice para amaros. Y ahora, sonad tambores y trompetas, tiembla Richmond que mis miles de brazos nutridos del infinito amor de mis damas harán que esta noche duermas junto al Señor. 

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